jueves, 26 de noviembre de 2009

Disparidad...

Mil millones de personas no tienen acceso al agua potable. En algunas zonas de Brasil, un litro de agua comprada en la calle es más caro que un litro de leche; en Venezuela, más caro que un litro de gasolina. Al mismo tiempo Botnia y Enze proyectan sacar del rñio Uruguay 86 millones de litros de agua diarios destinados a dos papeleras de su propiedad.

sábado, 21 de noviembre de 2009

PARA DANI!!

hola gente, aca les dejo un poco de humor inteligente. para ponerlos en contexto es un Capusoto de España. espero que lo disfruten y Dani, espero que canalices todo tu odio en este video....

http://www.youtube.com/watch?v=vR0AZOajX4o

domingo, 15 de noviembre de 2009

Todo sigue igual

Parece que nada sirve para que las cosas cambien. La muerte de Walter Bulacio quedó en el olvido, y la Policía Federal Argentina sigue cometiendo los mismos actos inhumanos, violencia y brutalidad injustificadas, que hace 18 años asesinaron a este chico en un recital de Los redondos. Hace unos días hablábamos de Cromañon, y de cómo nos parecía que la sociedad nos veía a los jóvenes, y anoche me dio mucha tristeza y bronca ver que a los jóvenes nos siguen tratando como basura y aplicándonos el estigma de inadaptados, drogadictos y borrachos, como justificación de 194 muertes en un incendio, o de una represión salvaje en la entrada a un recital. Sé que no tiene punto de comparación con cromañón pero parece que no podemos divertirnos sin ser castigados. Anoche fui a ver a Viejas Locas, había comprado la entrada hace un mes y medio y no pude entrar porque la policía empezó a reprimir salvajemente a los que estábamos haciendo la fila. Nos sacaron con la montada, corrieron a la gente con palos, balazos de goma y chorros de camiones hidrantes. Fue una represión impresionante y totalmente innecesaria. Los chicos no atacaban a la policía como ahora justifican, corríamos porque teníamos miedo para intentar resguardarnos de tanta bestialidad. Hubo muchos heridos y un montón de gente se quedó afuera con la entrada sin cortar, gente que había ido desde lejos, que había viajado todo el día. No podemos acostumbtrarnos a esto, no puede ser que no nos horrorice que estas cosas pasen. Me da miucha bronca e impotencia. También me parece que debemos plantearnos el rol de los comunicadores cuando pasan estas cosas, porque se ve que para el periodismo los jóvenes no importamos, no importa que nos maten a palazos en la entrada de un recital, se ve que no es "noticiable". Si se hubiera reprimido así una manifestación de los ruralistas, lo hubieran pasado hasta en Utilísima Satelital, pero como éramos todos rollingas, drogadictos y borrachos seguro que "algo habíamos hecho" para merecer eso. Lo único que pasaron fue un móvil de 10 minutos en crónica, donde las imágenes mostraban que la gente lo único que hacía era correr para escaparse, y que la policía le disparaba balazos de goma en la espalda a la gente que se alejaba, pero la voz del periodista no reflejaba lo mismo, hablando de jóvenes inadaptados, como siempre ese adjetivo descalificador no se aplica a quienes se tiene que aplicar, a la policía inadaptada y a los empresarios corruptos inadaptados encargados de la organización. A esos tipos lo único que les importó fue llenarse los bolsillos de guita, y no se preocuparon por la seguridad d ela gente, la organización era un desastre, sobrevendieron entradas y nos estafaron. había 3 cuadras d ecola por lo menos y decían que no podía ingresar más nadie porque el estadio estaba lleno. Quién se hace cargo de esto ahora? me parece que no nos podemos acostumbrar a que pasen estas cosas, no s epuede justificar tanta violencia.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Mirarse a el espejo y darse cuenta que el tiempo pasó, no porque tenga arrugas o porque salgan canas. Quizás porque es necesario verse para comprender que pasa por dentro.
Las personas generalmente no se miran de a dos en el espejo, sin embargo a mi me trae un recuerdo. Abrazados como en una foto, mirando fijo hacia esa gran superficie de partículas que nos reflejan más hermosos que nunca, más enamorados que en la primera cita, donde ninguno decía una palabra.
Cierro los ojos y deseo que desaparezcas de mi espejo, porque ahora sólo yo estoy parada frente a el. Y la memoria me traiciona una vez más, y ahí estás, con la misma ropa que te imagino, con el pelo mojado y en el aire hasta siento tu perfume. Y me abrazás de nuevo, frente al espejo donde ahora lloro.
Ya no puedo seguir viéndote en los espejos, ni en la ciudad, ni en ningún lado. Corro para que mi cabeza se despeje, para que mi corazón no me diga que lo que siento, es que te extraño, corro para hacer algo, y para no tener que recordarte.
Y así me sigo escapando, para evitar pagar las cuentas que adeudo, para no tener que subir esa inmensa escalera que me lleva a vos, para no cruzar el puente que me obligue a despedirme.

natalia.

Receso mental

Contemplar la lluvia. Dejar que se consuma el cigarrillo en mi mano. Que el humo me acaricie hasta que lleve la colilla nuevamente hacia mi boca. Mientras escucho música, puedo percibir de fondo el estruendo de un cielo gris. De gris a oscuro. Oscuridad que me invita a vagar en tinieblas.
Entro a sus penumbras. Me atrae buscarte en el túnel. Me intriga saber si me esperás más allá. Piso el filtro. La primavera fantasmal que anhelé dutante días, llegó. La lluvia que admiramos nos mea de risa. Nos envuelve una cortina de gotas intensas. Intenso resplandor que siento cuando creo que estás a mi lado.
Llevame. Soltame. Volveme a llevar. Dejame liberar esta locura, colgarla en mis espaldas... Respiro...
Siento la ráfaga que aproxima la tormenta. Se desliza sobre mi rostro y con la mano no puedo detenerla. Ya estoy dentro de ella. No te veo. Supongo que te fuiste reposado en una hoja. Que el viento la desprendió del follaje inmenso, de la copa de un árbol que veo a lo lejos.
Ni se por qué estoy acá sentada. Delante de mi se continua una escalera en descenso hacia el empedrado. Mis ojos comienzan a observar, cuan panópticos activos. No entiendo. ¿Por qué llueve? ¿Qué me trajo hasta donde estoy? Creí verte en penumbras, pero ya no.
Comienzo a oir un murmullo constante. Perturbador. Unas sombras semejan gente. No estoy segura. ¡Ah! fue un sueño... quizá... No.
Me paro; dejo caer un libro de mi bolso. Lo abro en la página señalada: "Lo roto ya no puede ser pegado [...]". Tal vez no. Entonces individualizo mis males y decido volver a la cursada. Estuve divagando demasiado tiempo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

La noche de Cromañón

Por Horacio Cecchi

Están arrojadas, amontonadas o dispersas, tal como quedaron desde aquel día. En completo desorden. Cientos de zapatillas, algunas sandalias, todas vacías, sin sus pies, llenas de historia y patética imagen de lo que hubiera sido y no fue. Acumuladas a ambos lados del pasillo de ingreso, parecen un oscuro (ennegrecido) cordón de recepción, son la obscena presencia de esa cosa, son una metáfora que no es. Son la presencia de la muerte y al mismo tiempo el último vestigio de la vida. Impresionan por estar sueltas, por ser lo que queda.

Atadas, desatadas, gastadas, rotas o casi nuevas; con cordones o sin ellos; blancas (¿blancas?), negras, solas, sin sus pares, sin nada ni nadie; inservibles para caminar; inservibles en esa nueva etapa que les tocó, dramática, casual y definitiva; no ser para lo que fueron hechas; no están colgadas como sus hermanas, que al menos pudieron salir, ser rescatadas a la luz, para ser veladas, en la capilla, a veinte metros de allí. Ellas quedaron encerradas, no pudieron salir; en pocos meses van a ser cinco años de encierro y oscuridad total.

En la pared, un cartel dice, irónico y bizarro: “No se permite el ingreso al lugar con bebidas, cohetes o bengalas”. Irónico por donde se lo quiera ver. Rodeado de zapatillas a sus pies, la ironía deja paso al absurdo. No prohíbe ni la venta ni el consumo. Adentro, los centenares de cajones de cerveza, las botellas vacías, diseminadas, las barras de bebidas, los carteles publicitarios de Budweiser y Corona, los restos negros de los cohetes y las bengalas, hacen absurda cualquier otra argumentación que la comercial. Simplemente se prohíbe el “ingreso”.

Adentro todo es oscuro. Los bomberos colocaron una autobomba con un generador que ilumina el interior de esa inmensa bóveda. Sólo se ve lo que la luz provee. Suena absurdo, siempre se ve lo que la luz provee. Pero el contraste entre la tiniebla y lo visible, que no es el día aunque lo sea, es feroz y hace olvidar la secuencia del día y de la noche. Allí dentro no es una noche, es La Noche. La oscuridad. Y lo poco que se le puede arrancar, de a jirones, es lo que la luz breve deja imaginar.

Entonces se ven otras zapatillas desperdigadas, planchas de poliuretano caídas desde el techo, pilares y escaleras en medio del paso y que en la oscuridad y el horror deben haber funcionado como muros de ultratumba, entre gritos y llantos.

La luz ilumina las paredes de la planta alta: el sector VIP lo llaman. La muerte no hizo distingos. Contra la pared del VIP, que la luz imagina amarilla, se ven trazos espeluznantes. Son las huellas de las manos, son negativos marcados sobre la pared como si hubieran despintado el muro, arrastrando los dedos en un movimiento continuo a lo largo de varios metros, sin soltar la pared, el último pasamanos para escapar del infierno, arrastrando los dedos para no soltarla, para no perder la referencia, aunque esa pared conduzca a ninguna parte.

En el medio se ve, horrorosa, la marca negra sobre el amarillo, de una mano más tremenda. No está a la altura de los hombros, ni de la cintura: está a escasos centímetros del piso. ¿Había caído? ¿Se habrá levantado? ¿Quién era? No se mueve, sus dedos no dejaron marcada una estela, están fijos, sus límites son precisos, hay presión, hace fuerza contra el muro. Presiona, está viva, pero inmóvil.

En el piso del sector VIP quedan dispersos varios manojos de llaves, algunas camisetas, dos banderas, una gorra. Un camarógrafo se regodea en la disección de unas llaves. El VIP es una galería del primer piso que balconea hacia ese hueco negro que es el piso del local, donde esa noche más de tres mil chicos se apretujaban, no corrían porque no podían, no había espacio ni luz, empujaban hacia algún lado que no fuera ese agujero negro que los aspiraba, envueltos en gases irrespirables.

Del otro lado de la galería, enfrente, también en el primer piso, está el sector para las Very Important People con cartel de salida de emergencia propio, clavado contra una pared, pero que no lleva a ninguna parte. Una sinsalida, verde y blanca, luminosa, un faro en la noche, para muchos que lo escucharon, el canto de una sirena.

Al bajar, los escalones más estrechos que el largo de un pie son una trampa. En la planta baja, al avanzar, colgajos de hilos, cables y restos de mediasombra que bajan desde el techo, acarician como telarañas la frente. De frente, entre las dos galerías, el escenario, rodeado de enormes y pesadas vallas que cumplieron su objetivo. Nadie pasará de aquí. “Allí, allí”, dice alguien y señala hacia arriba, en el techo. La vista se fuerza, hasta que se despeja la textura, y se ve una parte del techo sin la cobertura de las planchas de poliuretano. Es un hueco donde se ve la loza, ennegrecida. La visión estremece, si hay espacio para más. Allí empezó el incendio.

Ubicado en el fondo del local, e intentando mirar hacia la calle, se divisa una brecha de luz exterior. Entra por la hendija que se abre entre la inmensa persiana metálica y la pared. La persiana está ubicada al final, como portón exterior del garaje del hotel que se encuentra encima de esta inmensa bóveda. Aquella noche la persiana estaba abierta, pero no se podía llegar a ella, ni siquiera ver ninguna hendija: la puerta de supuesta emergencia estaba cerrada con un alambre y con una pesada valla atada a una de sus hojas.

A menos de una semana de la sentencia que cerrará la historia jurídica del caso, es inimaginable saber qué será de todo esto. ¿La calle volverá a ser transitable? ¿Cómo se caminará frente a tanta muerte? ¿Qué hacer con tanto vestigio, tanto pedacito que le falta a alguien?

No hay demasiado más para ver. Hay olor a vacío húmedo. Es todo residuo, escombro, desechos de lo que fue. El grupo se retira, la luz breve se apaga, vuelven los gritos y el frío aunque hiciera tanto calor, vuelve la oscuridad a esa cicatriz negra, vuelve la noche a Cromañón.

http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-129946-2009-08-14.html

domingo, 8 de noviembre de 2009

Siempre te quedarás.

Desperté y miré a mi derecha. No estaba. Luego miré a la izquierda. Tampoco estaba. Me confundí y alteré luego. Dijo que estaría siempre.
Entonces intenté sumergirme en recuerdos y la última imagen grabada en mi mente era su mano sujetando la mía en medio de un caos, y esa frase que me acaricia por momentos: "siempre con vos mi amor".
No podía entender cual era el motivo por el cual él esa noche estaba faltando a su palabra, y eso me angustiaba enormemente.
De pronto noté que esa no era mi habitación , y mucho menos mi cama.
Un cuarto blanco y frio me rodeaba y mis sentidos comenzaban a despertarse lentamente. Me miré la mano, y noté rasguños que llegaban hasta el codo. Un dolor punsante en la cabeza me invadió y logró marearme un poco mas aún.
Cuando logré la lucidez, los vi a mis viejos a través del vidrio de la puerta, hablando con un señor de vata blanca.
Entraron a la habitación, se acercaron, me miraron y abrazaron casi a la par.
Yo sólo pregunté: "¿ Donde esta Walter? ", y mi vieja agachó la mirada, lloró unos segundos y luego murmuró " El se quedó en Cromañón".
Luego solo quise volver a dormir.


Aye B.

Ameba

Diálogo ancestral, efímero.
- ¿Mutó? ¿Así fue siempre? ¿Se trasformó? ¿Cuándo pasó a ser lo que ahora? ¿Evolucionó, involucionó? ¿Es anverso o reverso? No es lo que antes...
- No, ella permaneció inmutable, incorruptible a través del tiempo.
- Entonces quien cambió fui yo.